Amor tóxico
Ilustración: Beatriz Arribas
Me absorbe. Como la oscuridad absorbe la luz del atardecer.
Me exprime. Como el sediento exprime una naranja en mitad del desierto.
Me acorrala. Como el policía acorrala a un delincuente.
Pero no soy yo quien comete el delito de mal querer. Y sin embargo, son mis pensamientos los que se escapan, como se escapa el agua entre las manos. Huyen hasta dejar el cerebro en blanco y no dejar nada. Nada salvo ella.
Y mi confianza se pierde en el laberinto de sus besos, de sus dudas, de sus celos, de su locura.
Y sin embargo, la quiero hasta el punto de estar ciego, ciego de no ver este amor que me quita el alma y la cordura.
Sé lo que tengo que hacer y lo escribo con el corazón desagarrado, porque no quiero.
Porque dejarlo se me antoja imposible y mi corazón muere de solo pensarlo.
Y cuando por fin decido dar el paso, el silencio me envuelve, sus ojos me hipnotizan y regreso al laberinto de sus besos, de sus dudas, de sus celos, de su locura.
Es mi droga. Eres mi droga. Y tenemos que dejarlo. Y si no estabas preparada, ¿por qué viniste a mí?
Me he dicho que la confianza se recupera, que el corazón se repara, que otros pensamientos se crean y que tú… Tú ya no eres para mí.
“El delito de mal querer”… ¿quién no se declara culpable, alguna vez?